Lágrimas en Roma

Yendo al aeropuerto de Roma-Fiumicino no puedo parar de llorar. Siento que mi corazón me va a salir por el centro de mi estómago. Quiero compartir esta alegría con la gente que me quiere y me conoce y que siempre tira buenas energías. Necesito expresarlo. Contarlo. Dejarles un pedacito de lo que siento y pienso. Un mensaje.

Caí, ahora, si, recién ahora, de esta aventura de 22 días en que realmente toqué el cielo con las manos y esta imagen creo que simboliza todo, absolutamente todo. Es más que cumplir un sueño, es superarse, es caerse y levantarse, es ir por lo que querés por más que todo parezca que no es posible, y que todos los días luches, con injusticias incluidas, por lo que deseas.

Sigo llorando. De alegría, de haber forzado, torcido y cambiado mi destino. De orgullo de haber batallado en años difíciles de mi vida. Lloro porque nadie, absolutamente nadie, me regaló nada. No me cayó del cielo un trabajo, el talento, la inteligencia, la salud, todo fui hilvanándolo, ganándomelo día a día. Eso me reconforta y me da la liviandad de dormir tranquilo y caminar con la frente en alto. 

Quiero contarles que cada persona que me ayudó a mi o mi familia en momentos difíciles que tuvimos que pasar estuvieron en cada momento conmigo, los recordé, en un parque hermoso, en una fuente, en una vista, en una callecita.

Aquellos que rezaron sin conocerme, aquellos que me dieron techo, que me apoyaron siempre, que me dieron amor, contención, compañía, todos estos años, fueron peregrinando conmigo en mi primera vez en Europa. Siempre agradecí por tenerlos en mi vida, y hacerme mejor persona.

Y siempre pero siempre, desde aquella vez en que me operaron de un tumor en el Hospital Garrahan, María siempre estuvo conmigo. Hasta hoy y sé que así será por siempre. Incluso en la audiencia Papal que fue justo, pero justo, el día de su conmemoración.

A María le agradezco y le pido a ella porque todos ustedes que lean este post los ayude a darles fuerzas y poder concretar sus deseos-sueños-objetivos. Pueden torcer su destino, pero cuesta y mucho. Vale la pena intentarlo como cada día de mi vida. .

Gracias Guillermo Karcher por ayudarme en poder recibir la bendición del mismísimo Santo Padre, Francisco I.

 

 
 
 
 
 
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Una publicación compartida por Gustavo Mendez (@mecomprendezmendez)

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